Generalmente solemos pensar que los niños/as están en la mejor etapa de
la vida, que no tienen malestar, que son felices, que no poseen preocupaciones,
ni problemas. Por eso, especulamos que no requieren de ayuda especializada, y
si la requieren, las falsas creencias nos han hecho pensar que “mi hijo/a ya no
tiene remedio”.
Pero la realidad es diferente. Los niños/as sufren, aunque los síntomas no sean evidentes
ni predecibles. No saben o no pueden expresar explícitamente aquello que
les perturba, ni son conscientes de la magnitud de aquello que les estorba.
Como cualquiera en su proceso de crecimiento y maduración emocional, tienen
conflictos internos que, a veces, no saben manifestar y manejar.
¿Por qué cuando el niño está enfermo lo acercamos al médico de una forma
natural y cuando lo vemos angustiado o triste nos cuesta asumir que pueda
necesitar otro tipo de ayuda? No debemos tener miedo a decidirnos a ello,
puesto que los profesionales están para guiarnos y descubrirnos recursos para
mejorar en nuestro proceso madurativo de ser padres.
En nuestra sociedad, aunque no lo parezca, se le exige mucho a la
población infantil. Ellos interpretan, en casa y en la escuela, que deben ser
lo más perfectos posible: puntuales, estudiosos, disciplinados, con una
conducta impecable…Sus jornadas escolares son largas y al añadirles alguna que
otra actividad extraescolar, el tiempo de juego queda limitado y apenas
disponen de espacio y libertad para su mundo, sus cosas, sus ilusiones, sus
fantasías. El vivir a “golpe de reloj”, tal y como vivimos los adultos, puede
hacer que se sientan tristes, angustiados o en continua tensión.
Por supuesto, ante este mundo repleto de estrés, hay que añadir
problemas más serios de carácter patológico: acoso escolar, abuso sexual,
duelos… que es importante detectar a tiempo para ofrecer un tratamiento
temprano y adecuado.
Saber cuándo actuar y buscar
el profesional adecuado nos ayudará a ponernos en marcha para solucionar su
problemática.
Los diferentes síntomas que pueden aparecer como forma de expresión de
conflictos internos en el niño/a son:
-
no habla
-
no se integra
-
sigue mojando la cama
-
empieza a tener problemas de aprendizaje de forma repentina
-
demuestra agresividad
-
tiene tics
-
presenta un lenguaje obsceno inusual en él/ella
-
está triste
-
se enfada o angustia con facilidad
Pero, lo más destacado, es la
intensidad o la permanencia continuada en el tiempo de estos síntomas.
Cuando los adultos resolvemos conflictos y miedos, apreciamos que
crecemos, nos sentimos mejor con nosotros mismos y con más fuerza para aceptar
otros retos en la vida. Esto es justo lo que siente un niño/a cuando comprende
lo que le pasa en su conflicto interno y se le ayuda a resolverlo.
El psicólogo infantil le
ayuda a detectar su malestar, descubrir sus causas y proponer las soluciones
adecuadas según su edad y su proceso de maduración emocional.
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